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Centro Etnográfico del Toro de Lidia
  Ponencias y Comunicaciones
La Semiótica del Toro. Carmen-“La otra cara de la tauromaquia. Un enfoque interdisciplinar” Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Salamanca (8 de marzo de 2008)
Author:  Isabel Bernardo Fernández
Place:  Conferencia de clausura Curso Extraordinario: “La otra cara de la Tauromaquia. Un enfoque interdisciplinar” Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Salamanca (8 de marzo de 2008)
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INTRODUCCIÓN

En lo taurino como en lo humano todo se vuelve necesariamente complementario: lo estoico y lo exaltado, el valor y el miedo, el acero y las flores, la ovación y los pitos,  la tragedia y la gloria. Trampas, sin duda, que aguardan a la misma puerta de la plaza o de la vida, donde la tarde o el tiempo se reparte entre las luces y las sombras de sus tendidos de piedra. En lo taurino como en lo humano se teme al silencio y al túnel negro del toril.

El mundo de los toros es un mundo lleno de complejos significados que resultan profundamente más complejos e indescifrables fuera de su contexto cultural. La semiótica nos ayudará a comprender este mundo tan amado por unos, como denostado por otros. Pero éstas no son las razones que ahora nos ocupan, sino el interés de traducir los signos de un mundo que si por algo se caracteriza, es por la multiplicidad de su lenguaje y de sus gestos. Hablar de semiótica implica hablar de signos. De ese conjunto de signos que en la circular del coso, cobra vida y sale de los lances lleno de significado y legitimidad. Otra forma más de comunicarse en un contexto socio-cultural como el nuestro, y que fuera de él, no debiera ser sometido a debate.

Hay quienes prefieren usar el término de semiología en lugar del de semiótica. Después de haber indagado en el estudio de las múltiples teorías sobre una y otra, en mi humilde opinión, ambas tienen en común el análisis de los signos que provocan un único lenguaje de entendimiento y a través de él, el conocimiento de sus raíces socioculturales. Es decir, la semiótica o semiología del toro nos dejará en la misma plaza, en tarde de sol y moscas, disfrutando de una emoción común, lógica y filosófica, que tanto monta, monta tanto, bien atentos a todos los signos que se sucedan antes de que arrastren el toro al patio del desolladero.

Nuestro análisis semiótico no será un acto de lectura, sino un acto de exploración en los orígenes, las condiciones y la identificación de cada gesto con un hecho determinado. La semiótica está por encima de los objetos particulares. En esta plaza no sólo importan el toro, el torero y el viento. Los signos exclusivamente físicos o verbales transmiten poco, o lo que es peor, nada. Salgamos a recibir al toro a los medios, como los grandes. Si lo prefieren espérenlo en el tercio. Y dejemos que fluyan las emociones contenidas, las verónicas ajustadas al talle, el olé a tiempo, el eco de un zapatillazo enérgico sajando el silencio sepulcral del tendido y, no lo duden, el clavel caerá al final de la faena con el beso escondido de quién ha sabido comprender y premiar el esfuerzo.

Hemos comprendido entonces el lenguaje. Los signos han cobrado vida. Las leyes de estos signos se habrán mostrado en el decorado dispuesto para su singular ritual. En el contexto de donde jamás debieron ser abstraídas. Su significado también, porque no se encontraría tal significado fuera de la cultura del grupo social que los usa o los produce o, incluso, fuera del tiempo invisible y abstracto que progresa siempre en la escena y muta para no dejar al toro en el olvido y hacer que, como las más fundamentales emociones, sobreviva a la propia historia. Un sistema de correspondencias de orden semiótico lleno de embrujo que si no existiera implicaría la muerte misma de la historia. El acervo cultural de una sociedad acumulado durante años. Una parte de su patrimonio. De ahí la legitimidad del discurso del toro, la lección de identidad de cada una de sus partes: el público, el canal de transmisión, el contexto, el escenario físico, los ruidos externos y, especialmente, la infinidad de ruidos internos que hacen los pensamientos y los sentires. La música de todas las emociones.

Hemos entrado de lleno en la metafísica de la fiesta y en su semiótica. Una y otra serán sus bastiones porque los signos de la fiesta, los signos de la tauromaquia, aquellos que se abandonan ante el toro, siempre excederán el horizonte de la realidad y alcanzarán de algún modo el paraíso lejano de la filosofía. Ese lugar de humo donde los sueños y el arte cobran verdadero significado.

Los signos en el conjunto de la fiesta están íntimamente relacionados. Son señales, imágenes, voces, ruidos… perfumes que por sí solos apenas tendrían valor. Iconos articulados que necesitan acoplarse en la arena, en el contexto social y cultural para conformar toda una estética de expresiones subjetivas, lenguaje que, a veces, se escapa de la lógica del campo científico como de forma similar sucede también en el mundo del arte.
Porque, ¿cómo aprehender cada uno de estos signos y dejarlos fuera del sistema de códigos de una cultura equis, con una forma de entendimiento equis, que interprete su medio equis?
¿Cómo prescindir de algunos de ellos sabiendo que son signos menores, conceptualmente pobres, y no temer que se vaya al traste todo el significado de una identidad nacional?
¿Dónde queda la función poética que tanto importa cuando hay que decidir si pedir o no la segunda oreja?
¿Dónde la de la exaltación del rabo?

Si la puerta grande es un sueño, ésta jamás se abrirá haciendo uso a medias de los signos semióticos que hablan de la fiesta. Aunque el lenguaje verbal sea el artificio semiótico más potente que el hombre conoce, existen otros artificios no verbales, gestos, objetos, sonidos… sin los que no sería posible concebir todo el universo del toro y darle la merecida legitimidad.
Música, maestro, que la faena no ha hecho sino comenzar.

 

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