LA CASTA JIJONA
ORÍGENES.
Antes del siglo XVII hablar del toro es hablar de la fiera salvaje, del
animal símbolo de fortaleza, bravura y acometividad. Jerónimo de la Huerta los
describe en 1.593: “Háyanse toros muy diferentes en España, así en la
generosidad de ánimo como en el color, talla y porción del cuerpo. Los más
feroces y bravos son los que se crían en las riberas de Jarama y Tajo, y así, al
muy bravo le suelen llamar jarameño. Son éstos por mayor parte negros o de color
fusco o bermejo, tienen los cuernos cortos y delgados, acomodados para crueles
heridas y para levantar cualquier cosa del suelo; la frente remolinada, la cola
larga hasta tocar la tierra, el cuello corto, el cerviguillo ancho y levantado,
los lomos fuertes los pies ligeros, tanto que alcanzan a la carrera a un ligero
caballo”. Efectivamente, desde tiempos bastante remotos y, en todo caso, con
anterioridad al siglo XVII, existían en estas tierras de Ciudad Real, Madrid,
Toledo y Albacete grupos de animales bastante heterogéneos en su tipología.
Dichas reses, origen de los famosos “Toros de la Tierra”, pertenecían
mayoritariamente al Real Patrimonio durante el reinado de Felipe III y se
destinaban casi siempre a abastecer la demanda de carne de la Villa y
Corte. Es a partir del siglo XVIII cuando los toros salvajes que se criaban
silvestres, empiezan a formar ganaderías. La selección natural, donde en la
reproducción impera la ley del más fuerte, empieza a dejar paso a la selección
dirigida por el hombre. El toro entra dentro del campo de la zootecnia, el
camino del cambio, de la evolución en el comportamiento, ha comenzado. Una
de las primeras ganaderías la forma Don Juan Sánchez Jijón Salcedo, ganadero de
Villarrubia de los Ojos, con toros que se criaban silvestres en los campos de
los montes de Toledo y Ciudad Real. Don Juan Sánchez Jijón Salcedo fue el primer
ganadero de la célebre familia Jijón del que tenemos constancia histórica. Fue
intendente de la vacada del Real Patrimonio hacia el año 1618, época aproximada
en que la decidió crear su propia ganadería. Al parecer lo hizo aprovechando la
posibilidad que le otorgaba su alto cargo y así, con criterio más bien empírico,
fue seleccionando las reses más finas de tipo y más bravías de la vacada del
Patrimonio, escogiendo preferentemente los de pelaje colorado, y sobretodo de la
variedad colorado encendido o bermejo. Este primer ganadero dedico poco tiempo a
las tareas de selección, pues lo prioritario era la venta de ganado de carne
para el abasto de las diferentes ciudades castellanas. Tampoco destacó mucho su
hijo en los trabajos de selección, si bien mantuvo la vacada entre 1647 y 1684,
año en que quedó en poder de su viuda.
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Fachada e interior de la Casa de los
Sánchez-Jijón. Villarrubia de los Ojos (Gentileza de www.tierradecaballeros.com)
Desde 1693, Juan y José Sánchez Jijón, los nietos del creador de la
ganadería se hicieron cargo de la misma, aunque fue Juan el que se preocupó de
seleccionarla y acreditarla, dedicándola ya a la cría específica de toros para
la lidia. Juan Sánchez Jijón incorporó a la divisa vacas de Lorenzo Robles,
ganadero toledano de Ventas con Peña Aguilera, que poseía reses que se ajustaban
al prototipo que Sánchez Jijón quería infundir y fijar en la ganadería. Así, con
paciencia y a base de muchos años de trabajo, creó el toro de Casta Jijona, que
alcanzó mucha fama durante los siglos XVIII y XIX. La labor selectiva de Juan
Sánchez Jijón la continuó su sobrino Miguel desde 1743, alcanzando la ganadería
su época dorada en este período. En 1784 la ganadería pasó a ser propiedad de
José Sánchez Jijón, hermano del anterior. Tras sucesivas herencias familiares
fue adquirida por Manuela de la Dehesa en 1824 y veinte años más tarde quedó en
poder de Manuel de la Torre, que la trasladó a la localidad madrileña de
Ciempozuelos, junto al río Jarama, desapareciendo así todo vestigio familiar en
la propiedad de la ganadería que llegó a constituir una de las Castas
Fundacionales de la cabaña brava española. En atención a
sus orígenes, esta rama fundacional de la cabaña brava agrupa al conjunto de
vacunos de lidia que se criaban en la zona centro de la península, abarcando su
hábitat las tierras de La Mancha, las riberas del río Jarama, las estribaciones
de la sierra del Guadarrama, en la zona de Colmenar Viejo, y los Montes de
Toledo.
El toro jijón y sus parientes más cercanos, los llamados toros de la tierra,
se caracterizaban, sobre todo, por una piel rojiza, de tonalidad muy encendida,
que les hizo inconfundibles de las demás castas. Eran animales de cuerpos
grandes, buenas cornamentas acarameladas, ligeros de patas y resistentes, lo que
les confirió fama de duros y difíciles para los primeros lidiadores. Presentaban
una serie de características de comportamiento muy acusadas y considerablemente
negativas, que pronto les colocaron en inferioridad de condiciones con respecto
a las demás procedencias ganaderas, especialmente con el ganado bravo de
Andalucía. Tenían salidas de chiqueros espectaculares, y acometían a los
picadores dándoles tremendos batacazos. Después se volvían reservones, se
aculaban en tablas y presentaban una lidia muy difícil.
Vacas de "Montalvo" procedencia Martínez.
Gentileza ganadería "Montalvo"
Por ello desde el siglo XIX fue creciendo cada vez en mayor medida el
número de ganaderos que eliminaron la procedencia jijona en pureza y optaron por
realizar diversos cruces buscando incorporar al patrimonio genético de sus
vacadas las virtudes que la Casta Jijona no brindaba independientemente. Los
últimos vacunos de origen Jijón quedaron extinguidos por completo durante la
Guerra Civil Española, aunque desde comienzos del siglo XX su regresión había
sido ya considerable y estaban limitados a un número pequeño de vacadas, que
fueron cruzándose de forma paulatina con reproductores de otros orígenes. De
este modo, aunque el conflicto bélico fuera la causa última de su desaparición,
la escasa capacidad de adaptación de las ganaderías jijonas a la evolución del
espectáculo taurino, las había condenado ya de antemano. Como ejemplo
ilustrativo de la importancia de esta casta fundacional, valga el siguiente
ejemplo. Allá por el 25 de Mayo de 1754, toreó en Madrid José Cándido el día de
su alternativa a Capitán, jijón de pinta y de casta, cedido por su padrino Diego
del Álamo “El Malagueño”, siendo el primer toro que aparece bautizado con un
nombre en toda la historia de la tauromaquia.
MORFOLOGÍA DE LOS EJEMPLARES DE CASTA JIJONA.
Tradicionalmente los toros jijones han respondido al prototipo morfológico
imperante en la ganadería de lidia de los siglos XVIII y XIX, aunque con algunas
características claramente diferenciadoras. Así, se han distinguido por su
considerable tamaño corporal, alzada y peso, que les situaba entre los más
grandes de su tiempo. Eran ágiles, poderosos y duros para la lidia.
Representación de un ejemplar de casta Jijona Gentileza de Facundo Clemente Agradecimiento a la Asociación Cultural
Cabaña Brava
Su tipo era más bien basto, con un esqueleto desarrollado, de huesos anchos,
grandes y fuertes y encornaduras muy desarrolladas. Como la práctica totalidad
de los vacunos menos evolucionados eran aleonados, cortos de cuello, con las
extremidades largas y la piel gruesa. Estos ejemplares presentaban un
absoluto predominio de pintas coloradas en toda su variedad, desde el melocotón
hasta el retinto y siendo especialmente abundante el colorado encendido, hasta
el punto que las crónicas taurinas hacían referencia a la lidia de reses de capa
jijona, término empleado para describir a los vacunos que lucían este pelaje.
Además se daban toros castaños y con mucha menos frecuencia, negros. Los
accidentales más típicos eran el bragado, meano y listón, dándose con mucha
frecuencia el ojinegro en los ejemplares colorados y con menos abundancia el ojo
de perdiz. El
prototipo morfológico de los vacunos jijones era igualmente extrapolable a los
llamados toros de la tierra, derivados del mismo origen y asentados en la
provincia de Madrid, sobre todo en la comarca de Colmenar Viejo y en las riberas
del río Jarama, sin que existieran grandes diferencias entre unos y otros, si
exceptuamos el menor tamaño de los de la sierra madrileña y su mayor abundancia
de pelajes negros.
D. Ildefonso Montero Agüera, en su conferencia titulada “Proporción del toro
bravo en el arte andaluz” impartida el 31 de Mayo de 1995 en la Real Academia de
Ciencias Veterinarias cita los siguientes valores para ciertos índices
corporales de los ejemplares de la Casta Jijona y los compara con los de otras
castas:
|
Navarra |
Jijona |
Vistahermosa |
Índice de profundidad torácica |
55'88 |
58´60 |
62´23 |
Índice de la longitud de la grupa |
28'00 |
28´20 |
30´00 |
Índice pelviano longitudinal |
30'88 |
29´33 |
35´29 |
Cortedad relativa |
90'66 |
96´15 |
85´00 |
En esa misma conferencia, su autor señala como los toros que aparecen en
la obra del pintor jienense José Elbo (1804-1884), serían los que más se
aproximarían, tanto por su proporción corporal como por su estampa, a los
originarios ejemplares de casta jijona. Elbo viajó mucho por España
asistiendo a los toros y observando las costumbres populares, que luego
trasladaría a sus cuadros, con firme pulcritud. Sus pinturas de toros son obras
muy admiradas, figurando como temas dominantes: tipos o motivos de la lidia y
vacadas o escenas del campo. Logró ser original en su género y terminaba
minuciosamente los detalles de sus obras. Elbo pinta unos toros de buen trapío,
tamaño proporcionado, bien encornados y capas coloradas o berrenda en colorado.
Dos buenos ejemplos de su obra serían: “Vaquero con ganado” y “Un apartado”,
expuestos en el Museo Romántico de Madrid.
Semental de "Montalvo" procedencia Martínez.
Gentileza ganadería "Montalvo".
COMPORTAMIENTO DE LA
CASTA JIJONA.
Los toros Jijones fueron siempre un fiel exponente de la bravura
eminentemente defensiva, que estaba siempre vinculada a la fortaleza física,
menguando conforme el astado recibía más castigo e iba perdiendo fuerza. No
obstante, alcanzaron mucho prestigio en las fiestas de toros de los siglos XVI y
XVII, y prestaron brillantez a los espectáculos de entonces, algo que resulta
comprensible solamente si se tiene en cuenta como se desarrollaban las corridas
de toros y como se entendía el toreo en aquel tiempo.
Se comportaban en el primer tercio con la espectacularidad y la desigualdad
típicas de los toros antiguos. Solían salir abantos, aunque luego peleaban con
dureza en varas poniendo en aprietos a los picadores hasta que iban perdiendo
poder y facultades. Unos, los mejores, se arrancaban de largo a los caballos,
recargaban cuando lograban derribar o, en caso contrario solían salir sueltos
pero volvían varias veces al encuentro con los picadores. A los otros, los
peores, costaba mucho trabajo colocarlos en suerte y lograr que tomaran algún
puyazo, ya que desarrollaban sentido y dificultades con rapidez e incluso huían
de la pelea y se aquerenciaban rápidamente en las tablas.
Igualmente eran reservones en banderillas y durante el último tercio de la
lidia resultaban inciertos y muy peligrosos por su sentido, yendo casi siempre
al bulto. Estas dificultades aumentaban más aún cuando buscaban la defensa de
los tableros y se limitaban a esperar la llegada de los toreros arrancándose
solamente cuando tenían posibilidades de coger.
Durante los siglos XVII y XVIII, la lidia se fundamentaba en el tercio de
varas, cuya duración se prolongaba en función del número de varas que admitiera
el toro antes de aplomarse. Entre tanto los toreros de a pie intervenían
activamente con los capotes para poner en suerte a los toros y, sobre todo, para
realizar los quites con los que trataban de evitar por todos los medios que
resultasen heridos los picadores que habían sufrido el derribo de su
cabalgadura. El tercio de banderillas, el que menos ha evolucionado en la
historia del toreo, tenía por objeto reavivar las embestidas de los toros que
solían quedarse aplomados tras la intensidad del tercio de varas.
Finalmente el último tercio de la lidia estaba concebido para desarrollarse
con brevedad, limitándose a un par de pases o tres, los mínimos imprescindibles
para que el diestro pudiera entrar a matar, valorándose sobre todo la
preparación y le ejecución de la estocada. Por lo tanto las faenas de muleta
eran casi inexistentes y además se desarrollaban siempre sobre las piernas del
torero, que nunca se quedaba quieto mientras instrumentaba los muletazos, ya que
las condiciones del toro de entonces imposibilitaban cualquier intento de
quietud.
Con esta concepción de la lidia resultaba válido un tipo de ejemplar
eminentemente bronco y defensivo, que desarrollaba sentido y dificultades en
cada arrancada y que se defendía cuando se desengañaba por completo. De este
modo los toros jijones fueron consolidándose y extendiéndose en las ganaderías
españolas, de la misma forma que cayeron en picado y acabaron por desaparecer
cuando el espectáculo evolucionó en pos de unos cánones de belleza estética
propiciada por la quietud del torero y que hacía necesario que el toro aportase
mayores cuotas de bravura y nobleza, asociadas a la fijeza y la entrega en la
pelea.
Cuentan las crónicas de la época que los vacunos jijones y sus derivados, los
toros de la tierra, fueron con diferencia los más terroríficos de su tiempo, y
mucho más cuando recibían una lidia mala o excesivamente prolongada, puesto que
no se entregaban casi nunca y cuando sentían que les faltaban fuerzas, se
resabiaban hasta ponerse imposibles de lidiar. Por todo ello, estas ganaderías
fueron las más temidas y rechazadas por los toreros de la época.
Conforme fue transcurriendo el siglo XIX y cambió la concepción de la lidia,
se paso de una lidia sobre las piernas a una faena de muleta basada
fundamentalmente en la quietud del torero y el movimiento de los brazos, los
ganaderos se dieron cuenta que era necesario mejorarlos por lo cual recurrieron
a practicar refrescamientos de sangre con ejemplares jijones, primero, y luego
con otros de orígenes más selectos, derivados principalmente de la Casta
Vistahermosa. Merced a estos cruces, los mejores ganaderos
consiguieron mantener su cartel durante más tiempo, aunque finalmente tuvieron
que afrontar una evolución más profunda y más alejada del origen primitivo de
sus divisas, o verse abocados a la desaparición.
Y es que según se demostró posteriormente, las ganaderías jijonas y sus
derivadas no tenían en su patrimonio genético la capacidad de adaptación al
toreo moderno, igual que ocurría en otras muchas de su tiempo y de orígenes
variados, y al final todas ellas se vieron abocadas a la desaparición, no sin
antes ensayar numerosos cruces que tuvieron resultados poco relevantes excepto
aquellos que se realizaron por absorción y que en la práctica suponían también
la eliminación de los genes jijones.
Semental de "Montalvo" procedencia Martínez.
Gentileza ganadería "Montalvo".
PRINCIPALES GANADERÍAS DE CASTA
JIJONA.
Durante los siglos XVIII y XIX existieron bastantes ganaderías que alcanzaron
considerable renombre y que fueron constituidas en sus orígenes con
reproductores de Casta Jijona. De una forma esquemática podemos señalar las
siguientes:
- Bernabé del Águila - Manuel Gaviria - "Terrones" (Ildefonso Sánchez
Tabernero). - José Mª de Linares y Ceballos - Antonio Guerra - José de
Lacerda y Pinto Barreiros (Portugal). - Atanasio del Lamo - Jerónimo Frías -
Frías Hermanos. - Condesa de Salvatierra – Marqués de la Conquista
(Trujillo), con dos
subramas: - Marqués de la
Conquista-"Curro Cúchares"-"Carreros"
- Marqués de la
Conquista-Filiberto Mira-Viuda de Soler-Moura-Sobral-Passanha - Ganaderías
clásicas de Colmenar
Viejo: Manuel
Aleas López José
Rodríguez-Manuel Bañuelos
Vicente
Martínez-María
Montalvo Félix
Gómez-Campos Varela - Torrubias – Gil Flores (Albacete) - Marqués de
Navasequilla - Andrés Fontecilla - "El Cura de la Morena" - Manuel Arranz -
Vacadas Jijonas de los Reyes de España.
Destacaron en el siglo XVIII, las del Marqués de Malpica, Diego Muñoz Vera,
Marqués de Navasequilla o Juan José Hidalgo Torres. Ya en el XIX fueron
importantes otras muchas especialmente la de Álvaro Muñoz, el hijo de Muñoz
Vera, que posteriormente se dividió entre sus hijos y que tras venderse en
varios lotes dio lugar a la de Salvatierra y la del Marqués de la
Conquista. Otra parte de la ganadería de la familia Muñoz, fue adquirida por
Rafael Barbero y entró a formar parte de la ganadería de Pablo Romero, aunque en
ésta la influencia jijona sea inapreciable desde hace muchas décadas. Una
rama de la familia Jijón estableció su ganadería en la zona de Valdepeñas. El
primer Jijón que se dedicó a la crianza de vacunos de lidia en esta comarca fue
Manuel Jijón durante el siglo XVIII. Su labor fue continuada por su hija Elena y
su yerno, Benito Torrubia en los finales de dicha centuria, alcanzando muchos
éxitos. La vacada fue adquirida hacia 1800 por Gil Flores, constituyendo la base
originaria de las divisas de la familia Flores en Albacete (Samuel Flores, Maria
Agustina López Flores).
Antes de vender la ganadería a Gil Flores, Benito Torrubia traspasó numerosos
reproductores a José Manzanilla, quien a su vez cedió muchas reses a varios
ganaderos de la zona de Colmenar Viejo contribuyendo a la fusión entre los
llamados Toros de la Tierra y la Casta Jijona y dando lugar a algunas ganaderías
tan famosas como la de Manuel Aleas.
El primer ganadero que seleccionó toros de la Tierra fue el colmenareño José
Rodríguez García, a mediados del siglo XVII. Su vacada fue constituida con reses
de múltiples orígenes, pero todas ellas de la zona centro de la península y
mayoritariamente traídas de la provincia de Ciudad Real. Esta ganadería pasó en
el siglo XVIII a ser propiedad del marqués de Gaviria, una de las más famosas de
esta zona junto a las de Gómez, Aleas y Martínez.
La Ganadería de Félix Gómez. La vacada que la familia
Gómez disfrutó durante más de un siglo fue creada por Elías Gómez y su hijo
Félix con vacas de la tierra y jijonas, estas últimas procedentes de Malpica y
Diego Muñoz Vera. Destacaron a comienzos del siglo XIX por resultar sus reses
más toreables y francas que la mayoría de las que tenían el mismo origen. Sin
embargo, hacia 1870 degeneraron, se embastecieron y aumentaron sus dificultades
y su mansedumbre. Perdieron cartel paulatinamente y tras extinguir la
procedencia originaria, la ganadería acabó por desaparecer. Antes, en 1916,
realizaron un cruce con un semental de Gamero-Cívico (Parladé) y en 1923 y 1931
con sendos toros del Conde de la Corte. Hoy día, podemos decir que no queda
nada de la raíz jijona colmenareña de los Gómez. Aunque dio origen a muchas
ganaderías actuales, tan solo en algunas ganaderías portuguesas podrían quedar
algunos ejemplares cruzados.
La Ganadería de Vicente Martínez. Su origen hay que
buscarlo en D. Julián Fuentes, regidor perpetuo del Ayuntamiento de Madrid hasta
su muerte, que tenía una serie de reses vacunas de media casta para los trabajos
agrícolas en sus terrenos de Moralzarzal (Madrid); pretende fundar allí una
ganadería de bravo y para ello adquiere, entre los años 1797 y 1798, ochenta
vacas de vientre, escogidas de lo mejor que existía entonces en los campos de
Salamanca. A esto le añadió dos toros procedentes de los diezmos de la famosa
vacada de don José Jijón, de Villarrubia de los Ojos del Guadiana, debido a la
fama y enorme crédito que tenían en la época estos animales, en cuanto a su
comportamiento durante la lidia, aunque presentasen grandes dificultades para su
manejo en el campo. Mediante unos esmerados procesos de selección y cruzas,
fue con gran paciencia obteniendo unas reses (en su mayoría de capa retinta) que
comenzó a lidiar de forma esporádica en las fiestas de pueblos pequeños e
incluso en Madrid. Aunque es difícil establecer fechas, por la poca información
escrita que se conserva de aquellos tiempos, se tiene constancia de que el 26 de
mayo de 1814, en la 1ª corrida de 14 toros de mañana y tarde, “a beneficio de
los Reales Hospitales y para celebrar el regreso a España de S.M. el rey
Fernando VII “El Deseado” y SS.AA., tras su penoso cautiverio” (así rezaban los
carteles anunciadores) ya se lidiaron 5 toros de don Julián Fuentes de
Moralzarzal, con divisa encarnada y un hierro en el que figuraban la J y la F
entrelazadas dentro de un escudo. Posteriormente, en 1825, don Julián, no
contento del todo con los resultados, cambió todas sus vacas, tanto las
salmantinas como las de media casta, enviando éstas al matadero y adquiriendo
todas las vacas de la ganadería disuelta de los señores Arratia, que eran de
procedencia Juan Díaz Hidalgo, de pura raza jijona. Con estos mimbres y a base
de rigurosas selecciones siguió manteniendo su ganadería en un importantísimo
lugar.
A don Julián le sucedió, en la propiedad de la ganadería, su hijo Juan
José de Fuentes. Sus procesos de selección fueron inicialmente incluso más
rigurosos que los de su progenitor, lo que le hizo famoso, por un lado pero le
obligó, por otro, a mantener siempre unas cortas camadas. Y a su nombre se
estrenaron sus toros en Madrid, tomando antigüedad, en la 2ª corrida del abono,
celebrada el 24 de abril de 1837. A pesar de todo, al parecer, el ganadero fue
perdiendo afición y ganas y los antes espectaculares toros de Moralzarzal,
aunque siguieron lidiándose principalmente en Madrid, fueron poco a poco
decayendo. La última corrida en que se lidiaron 6 toros de Fuentes fue el 21 de
junio de 1852, en la décima corrida del abono de ese año en la villa y corte. En
total, los toros dejaron para el arrastre 11 caballos y entre los de Fuentes
destacó el toro Murciano, colorado, que llegó a tomar 16 varas. Y esta sería su
despedida como ganadero, ya que el 13 de septiembre de 1852, las cuatrocientas
cabezas que integraban la vacada pasaron a ser propiedad del asturiano don
Vicente Martínez, vecino de Colmenar Viejo, tratante ganadero y buen aficionado
pero sin ningún antecedente en la crianza del toro bravo, pero que consiguió el
máximo prestigio durante cuarenta años. Al adquirir la vacada completa de
Fuentes, don Vicente Martínez trasladó las reses de Moralzarzal a Colmenar, a la
finca denominada “El Soto”. Y sus toros, de raza jijona y retintos de capa en su
mayoría, fueron bravísimos y muy apreciados y solicitados por figuras y público
durante la segunda mitad del siglo XIX. A pesar del éxito cosechado, la
realidad es que la calidad y fuerza de los toros de Martínez iba descendiendo
paulatinamente y el ganadero comenzó a investigar las posibles causas,
preguntando a unos y a otros. El maestro Salvador Sánchez “Frascuelo”, amigo
personal de don Vicente le aconsejó una selección rigurosa y un cruce apropiado.
Y así lo hizo en 1875, adquiriendo a don Joaquín Pérez de la Concha un macho,
berrendo en negro, de nombre Español, como semental, que procedía de la vacada
de su tío don Joaquín de la Concha y Sierra, de origen vazqueño. Este semental,
de capa berrenda aparejada, motivó la aparición en la ganadería, aparte de los
típicos colorados y retintos, de otros ejemplares berrendos, aparejados,
albardados y con diferentes accidentales, pero no supuso mejora apreciable en
cuanto a características de comportamiento se refiere.
No obstante don Vicente perseveraría en esta misma línea hasta el final
de sus días, aunque la pérdida de casta seguiría siendo alarmante y le tendría
preocupado hasta su muerte, que aconteció en 1894. Le heredaron sus dos hijas,
Manuela y Vicenta. La primera casada con don Juan Pablo Fernández y la segunda
con don Luis Gutiérrez Gómez, que sería el encargado de dirigir la vacada,
lidiada a partir de entonces como de “Herederos de Vicente Martínez”. Este fue
quien adquirió en 1904, el toro nº 33 de Ibarra, de nombre Diano, negro zaíno,
fino de cabos y bien hecho, nacido en 1901. “Un ejemplar superior en tienta y en
el campo, cuya abuela había sido buena, dando un macho superior, uno bueno y
tres hembras para toros y con una madre que dio un macho superior y una hembra
para toros”, según las propias notas que Eduardo Ibarra le envió a Luis
Gutiérrez poco después. Este raceador dio productos extraordinarios que
permitieron a la divisa de los Martínez colocarse entre los mejores ganaderos de
su tiempo, siendo la favorita de las principales figuras del toreo,
principalmente "Joselito" y Juan Belmonte. Los excelentes resultados del toro
Diano fueron reforzados con la aportación de otro toro de Ibarra llamado Dudoso
y posteriormente por otros dos sementales del mismo origen, Vinagrero y Ramito,
adquiridos ya a Fernando Parladé. Los productos engendrados por Diano según
los datos suministrados por Luis Fernández Salcedo en su libro “DIANO”: “eran
terciados, finos de piel, generalmente negra zaína aunque con accidentales
claros, abundando los aparejados, bajos de agujas aunque anchos, cortos de
patas, poco morrillo, cabeza acarnerada (por su origen ibarreño), el lomo recto,
las pezuñas pequeñas y los pitones proporcionados, aunque tenían siempre un par
de arrobas más de lo que aparentaban, algo muy apreciado también por los
carniceros. Por su comportamiento en el campo y corrales eran dóciles y
manejables. En la plaza, de salida eran algo abantos, doblaban bien al
recortarlos y acometían con bravura y rectitud a los capotes. Como era entonces
costumbre, se les ponía de largo a los caballos y acudían lentos y con prontitud
a las dos primeras varas, aunque saliendo sueltos. Pero a partir de la tercera
vara recargaban en la suerte, llegando a tomar cuatro y hasta cinco, con buena
nota y sangrando abundantemente. En banderillas se recuperaban, llegando a la
muleta con nobleza y docilidad, facilitando el lucimiento”. También entre
1907 y 1918 la familia Martínez empleó como sementales de forma esporádica hasta
once hijos de Diano, que siguieron trasmitiendo a la descendencia las cualidades
que habían heredado por línea paterna. No obstante estos ejemplares fueron
utilizados solamente como cruce industrial, eliminando toda su descendencia y no
utilizándola para la reproducción con objeto de evitar un posible "salto atrás"
y la consiguiente reaparición de los caracteres jijones.
Pero la línea de Martínez apenas ha llegado hasta los tiempos actuales. La
Guerra Civil causó daños irreparables en la vacada y la dejó reducida a la
mínima expresión. De las 703 cabezas inventariadas a principios 1936, apenas
sobrevivieron unas 60. Concluida la contienda, en 1940 el hierro y las escasas
reses supervivientes pasaron al Duque de Pinohermoso, que en 1948 se la vendió a
la familia Arribas, que a su vez eliminaron completamente la procedencia
originaria sustituyendola por reses de “Los Guateles” (de procedencia Juan
Pedro Domecq) compradas a don Baltasar Ibán y trasladando todo a la finca
“Cerroverde”, en Badajoz. Desde 1985 la ganadería se lidia como Herederos de
Antonio Arribas, manteniendo hierro, divisa y antigüedad de Martínez, pero nada
queda ya aquí de las legendarias reses de éste.
Antes, en 1925 Antonio Pérez de San Fernando y Manuel Arranz compraron una
parte de la vacada y la trasladaron a Salamanca. El primero la inscribió a
nombre de su esposa, María Montalvo y la aumentó con reses de su propia
ganadería. Actualmente constituye el hierro de Montalvo, propiedad de su nieto,
Juan Ignacio Pérez-Tabernero.
Semental de "Montalvo" procedencia Martínez.
Gentileza ganadería "Montalvo".
La ganadería de Arranz, hoy propiedad de Ramón Sánchez, realizó asimismo
varios cruces con sementales del Conde de la Corte ("Abejorro"), Graciliano
Pérez-Tabernero ("Filibustero") y Antonio Pérez ("Encendedor" y "Desgraciao").
El toro de Graciliano Pérez-Tabernero, de origen Santa Coloma dio resultados
extraordinarios y definió las características morfológicas y de comportamiento
que aún imperan en la vacada y que quedan ya muy distantes de la antigua
procedencia de Martínez. La Ganadería de
Aleas. El primer Aleas ganadero de lidia como tal es don
Manuel Aleas López, rico hacendado de la segunda mitad del siglo XVIII, que trae
inicialmente a sus tierras de Colmenar reses coloradas de las que pastaban
libres por los Montes de Toledo y las estabula, con la idea de dedicarlas a la
lidia. Don Manuel además adquirió más vacas a don Vicente Perdiguero,
procedentes de don José Manzanilla (que tenía reses de casta jijona, adquiridas
a Benito Torrrubia, quien las había comprado a la rama de Valdepeñas de la
familia Jijón, de Villarrubia de los Ojos) y las juntó con machos y hembras
comprados de otras ganaderías de Colmenar y de la de don Antero Martín, de la
vecina Chozas de la Sierra, de la misma procedencia jijona. Entre sus ejemplares
iniciales predominaban los pelos colorados, más o menos encendidos, los retintos
y en menor proporción los chorreados. De esta forma tan sencilla comenzaría una
gran vacada que llegaría a pasar de bicentenaria, muy afamada y temida por los
lidiadores, con aquel famoso dicho de “A los toros de Aleas ni los veas”.
Según el tratadista e historiador don Francisco López Izquierdo, el estreno
en Madrid de los toros de Aleas fue el lunes 19 de mayo de 1788 (la mayor
antigüedad de todos los actuales), en la nueva plaza de obra de la puerta de
Alcalá. El hierro que adoptó para sus toros don Manuel Aleas es el que se ha
hecho famoso hasta nuestros días y consiste en un “9”. También tenía una
particularidad esta vacada y es que el ganadero, cuando herraba, marcaba el
número del animal en el anca, justo encima del hierro de la ganadería, en lugar
de hacerlo en el lomo (como las demás), algo que se ha mantenido hasta la última
enajenación a José Vázquez, como veremos luego. Respecto a la divisa fue
cambiando varias veces, pasando sucesivamente por verde, escarolada, blanca y
azul y plata. A partir de su estreno en Madrid, los "aleas" alcanzaron fama de
toros codiciosos y bravos, que se ensañaban con los caballos de los picadores
hasta llegar a morderlos y pisotearlos cuando los derribaban. Igualmente eran
ejemplares que conservaban sus facultades hasta bien avanzada la lidia y hacían
una pelea dura y franca, según los cronistas de su tiempo.
Bajo la dirección de su hijo, Manuel Lucio Aleas, alcanzó su etapa de máximo
cartel, durante el primer tercio del siglo XIX. En 1818, aumento la ganadería
comprando 60 vacas a don Juan Crisóstomo Martínez, y sendos sementales colorados
encendidos, puros jijones, a don Diego Muñoz y Pereiro, de Villarrubia de los
Ojos y a su amigo don Manuel Gaviria, que le permitieron realizar un
refrescamiento de sangre. Además, en 1830, paseando por los alrededores de
Colmenar, vio en la cercana finca “Prado Herrero” un toro puro vistahermoseño
del señor don Juan Domínguez Ortiz, el famoso “Barbero de Utrera” que, unos días
antes, había comprado la empresa de Madrid y que no había podido ser lidiado.
Don Manuel se puso en contacto con la Administración de la plaza y lo adquirió.
El toro se llamaba Azulito y fue puesto como semental a un reducido grupo de
antiguas vacas jijonas de Aleas, para ver qué tal ligaba, buscando una mezcla de
sus duros toros con la nobleza de los andaluces. El ejemplar, de puro origen
Vistahermosa, tuvo un evidente efecto mejorante en la ganadería, de forma que
sus productos se afinaron de tipo, aumentaron en bravura y sobre todo se
hicieron más toreables y menos complicados en el último tercio de la lidia,
llevándose a partir de entonces esta reata separada de las otras. Todo ello tuvo
como consecuencia un nuevo incremento en el cartel de la ganadería colmenareña,
que se mantuvo hasta mitad de ese siglo.
Los sucesivos herederos de la familia Aleas conservaron el fondo Jijón de su
ganadería hasta comienzos del siglo XX. En 1914, por divergencias familiares, se
separan los hermanos García-Aleas, Manuel y José, dividiendo la ganadería. José
mantuvo su parte de ganadería con menos éxito que su hermano hasta su
fallecimiento en 1929, en que la heredó su viuda, María Hernán y sus hijos, que
posteriormente la vendió perdiéndose sucesivamente el origen de la
ganadería. Según algunos tratadistas y estudiosos, tras la separación de los
hermanos en 1914, don Manuel García-Aleas y Gómez cruza primero una pequeña
punta de sus vacas con un semental de Veragua (origen vazqueño) y otra punta con
un toro del conde de Santa Coloma y posteriormente con dos sementales de
Graciliano Pérez-Tabernero, pero manteniendo separadas la otra parte de sus
reses puras jijonas. La primera cruza con el semental vazqueño no le convence
pero sí las siguientes con los de Santa Coloma, al conseguir dulcificar las
embestidas, reducir las terroríficas cornamentas y disminuir los enormes tamaños
de sus iniciales reses jijonas. Al mismo tiempo, comienzan a desaparecer las
capas coloradas y a predominar las cárdenas y negras. Y así, el 24 de mayo de
1925, al toro Malagueño (hijo del santacolomeño Luminario y la vaca Malagueña),
se le dieron en Madrid tres vueltas al ruedo y se le otorgaron las orejas del
toro al ganadero, llevándoselas hasta el palco donde se encontraba, hecho
insólito en la historia. La cabeza de este toro se puede ver en las oficinas de
la UCTL, aún con el retorcimiento de uno de sus pitones, debido a las vueltas al
ruedo. A partir de aquí, el ganadero, con su desbordante simpatía y humanidad,
se granjea la amistad de muchas personalidades, adquiere gran popularidad y
todas las figuras del momento van a tentar a su finca. La Guerra Civil tuvo
un efecto devastador sobre la ganadería de Aleas, que quedó diezmada y con su
procedencia jijona prácticamente extinguida. Años después, en 1941, adquirió el
semental, de nombre Cañamero, de José Escobar, del mismo encaste santacolomeño
(rama Graciliano), intentando rehacer la legendaria ganadería con las escasas
vacas salvadas. Posteriormente, un hijo del semental anterior, de nombre
Señorito, siguió de reproductor y más tarde Galguito, todos del mismo
encaste.
El 21 de abril de 1950 fallece don Manuel García-Aleas, la mayor parte de
la vacada la heredó su hijo don Manuel García-Aleas y Carrasco, que le compra
otro semental a José Escobar en 1951 y tres años después adquiere un lote de
vacas jóvenes a los herederos de Graciliano, del mismo encaste. A pesar de ello,
la vacada se va empequeñeciendo, lidiando principalmente novilladas en Madrid y
como el propietario no tiene descendientes que le ayuden en las fincas que
todavía conservaba (“El Tomillar” y “Navalahuesa”), durante un tiempo, los
hermanos Sanz de la Morena, paisanos de Colmenar, le compran machos recién
nacidos y los crían en su finca “Los Eulogios”, junto con sus propias reses y se
encargan luego de venderlas para la lidia con el hierro original de Aleas.
Posteriormente, en 1977, compraría también un semental santacolomeño a los
herederos de don Gabriel Hernández Plá. En 1983, esta ganadería legendaria
es adquirida por su actual propietario, el gallego asentado en Colmenar, don
José Vázquez Fernández que, interesado inicialmente en mantener el mismo encaste
que, durante tantos años, proporcionó grandes éxitos a la familia Aleas, lo
primero que hizo fue una rigurosa selección. Sólo tres antiguas vacas jijonas de
Aleas pasaron: Parra, Lobita y Cazadora, ésta última colorada encendida (aunque
el porcentaje de sangre jijona que prevalecía en dichos animales era ya mínimo,
a tenor de los sucesivos cruces llevados a cabo). Luego compró más vacas y el
semental de nombre Relamido, a los herederos de don Gabriel Hernández Plá y en
1987 añade más hembras santacolomeñas (origen Buendía) del ganadero y empresario
fallecido Manuel Martínez Flamarique “Chopera”.
Por fin, en 1993, viendo que se va demandando otro tipo de toro más
sencillo de lidiar y que no cree problemas, don José Vázquez adquiere un lote de
vacas y dos sementales a Fernando Domecq, propietario actual del hierro de
Zalduendo (encaste actual Juan Pedro Domecq) y anuncia oficialmente que lleva
por separado las dos ramas. De todas formas, apenas nada puede quedar aquí ya de
la raza jijona en Colmenar. A pesar de ello, en la actualidad y de forma muy
esporádica puede aparecer algún ejemplar de pelaje castaño, pero realmente no
puede precisarse si se trata de alguna mínima reminiscencia jijona o de la
influencia ibarreña presente en el encaste de Santa Coloma y enmascarada
habitualmente por la rama asaltillada.
Toros de "Montalvo" procedencia Martínez.
Gentileza ganadería "Montalvo".
LA CASTA JIJONA EN CASTILLA Y LEON.
Ramas y derivaciones salmantinas de Vicente
Martínez.
1. Rama perdida de Juan Muriel. En 1885, poco antes
del fallecimiento de Vicente Martínez, el ganadero salmantino de Castroverde,
don Juan Muriel (que ya tenía reses del marqués de Salas y obtuvo la antigüedad
el 12 de septiembre de 1890) le compró parte de su vacada, llevándosela a sus
tierras y manteniendo allí estos retintos jijones, aunque ya berrendos y
aparejados, tras la cruza con Español, de Joaquín Pérez de la Concha, tal como
se explicó anteriormente. Y con estos ejemplares se estrenó el 16 de julio de
1903 con divisa caña y encarnada, con tres novillos (los otros tres eran
sevillanos de Moreno Santamaría), en una novillada en la que intervino como
único espada el joven Cástor Jaureguibeitia e Ibarra “Cocherito de Bilbao”, que
según las crónicas se mostró muy valiente y seguro, especialmente en el manejo
de la espada. Mantuvo don Juan Muriel la ganadería hasta su muerte y en 1918 la
heredó su hijo don Vicente Muriel Martín, debutando en Madrid, ya a su nombre,
el 6 de octubre de ese mismo año. Éste adquirió luego más terrenos en el término
de Olmedilla y aumentó la piara con reses procedentes de dos magníficos
ganaderos y a la vez hermanos: el conde de Santa Coloma y el marqués de
Albaserrada (las de éste último a través de la compra, en 1926, de una punta de
vacas a don José Bueno). Y con estos toros estuvo alcanzando diversos éxitos
durante varios años, aunque al parecer (esto está sin confirmar) terminó
eliminando lo primitivo de Salas y de Martínez. El mayor éxito de los toros
de Muriel fue el 18 de julio de 1944, en la Monumental de Las Ventas de Madrid,
día del debut en España, con la confirmación de alternativa, del mejicano Carlos
Arruza (el primer torero azteca que toreó en España tras la guerra civil) de
manos de Antonio Bienvenida y de testigo Emiliano de la Casa “Morenito de
Talavera”.
En 1949 heredan la ganadería los dos hijos de don Vicente Muriel, don
Juan y don Lucio Muriel Sánchez y en 1955 la dividen en dos partes: • La
parte del hermano mayor se estuvo lidiando como Juan Muriel de Olmedilla, con el
mismo hierro, divisa y antigüedad de su abuelo y se estrenó en Las Ventas el 12
de agosto de 1956 con una accidentada novillada para el colombiano Curro Lara,
el zaragozano Antonio Palacios (que dio la vuelta en sus dos novillos pero
resultó cogido) y el debutante José Cisterna, que resultó herido grave en la
ingle y no pudo matar ninguno de los suyos. Don Juan la mantuvo hasta su
fallecimiento en 1975. Sus herederos vendieron la vacada a don Juan
Pérez-Tabernero Martín, con los derechos de hierro y divisa y se anunció desde
entonces como “Río Grande”. En 1990 fue vendida a la sociedad anónima “El
Cahoso”, que rehizo la vacada con reses de Alipio Pérez-Tabernero, de
procedencia Santa Coloma, llevándoselos de Salamanca a Badajoz. Su representante
actual don Rufino Calero Cuevas mantiene sólo reses santacolomeñas, a nombre de
“Río Grande”, con el original hierro, divisa y antigüedad de Muriel, en sus
fincas pacenses de “El Cahoso” y “La Carrona”. Hubo diferentes ensayos
posteriores, con compras a Andrés Ramos Plaza (1996) y a Luis Algarra Polera
(1998), todo de procedencia Domecq, pero se llevaría esto último por separado y
con ello se crearía una nueva vacada de nombre “El Cahoso”.
• La parte del otro hermano se anunció, por primera vez, a nombre de
Lucio Muriel Sánchez en solitario, en Las Ventas, el 25 de agosto de 1957, en
otra accidentada novillada. El segundo de la tarde hirió al banderillero
Mauricio de la Rubia y los siguientes, hirieron también de gravedad a los
novilleros Carlos Saldaña (venezolano de Maracay) y Roberto Ocampo (mejicano de
Guadalajara). Al final, el manchego Rafael Martín “El Zorro” tuvo que matar
cuatro novillos. Esta ganadería sería vendida en 1975 al salmantino don Manuel
Martín Hierro y éste, a su vez, en 1977 a los hermanos Puerta García-Carranza.
Éstos compraron también hierro, divisa y antigüedad de 12 de septiembre de 1890
de Muriel y rehicieron la vacada con reses de su padre (el matador de toros
Diego Puerta) y de hermanos Núñez, añadiendo un año después tres sementales de
Salvador Domecq y Díez, por lo que nada queda aquí tampoco ya de Martínez. Nada
pues en ninguno de estos dos hierros.
2. Rama perdida de Sancho Dávila. En 1929, tras la
división familiar de los Martínez, don Ángel Rodríguez García funda su ganadería
en su finca salmantina de Gallegos de Argañán, al hacerse con uno de aquellos
lotes que comprendía vacas y sementales. En 1943 pasa la titularidad a sus
hijos, don Lorenzo y don Emilio Rodríguez Pacheco. Tomaron antigüedad el 22 de
julio de 1945, con divisa grana y azul celeste, con una novillada en Las Ventas.
En 1950 la aumentaron con 35 vacas de Joaquín Buendía y Felipe Bartolomé
(ambos de procedencia Santa Coloma) más un semental de este último hierro. La
ganadería pastaba en las fincas salmantinas de “La Celestina” (en Buenamadre) y
“Los Encinitos” (en Castillejo) y predominaban en ella los pelos negro, cárdeno
y chorreado. Los hermanos Rodríguez Pacheco mantuvieron la vacada hasta 1975, en
que fue enajenada al madrileño don Enrique García de la Serna, con derechos de
antigüedad, hierro y divisa. En 1985 la adquiere don Sancho Dávila Iriarte,
conde de Villafuente Bermeja, que llegó a ser matador de toros, con el nombre
artístico de “Sancho Álvaro”. Su padre había sido titular de una ganadería de
reses bravas de procedencia García Pedrajas y Gamero Cívico, que terminaría por
desaparecer, aunque él mantendría para su nueva vacada el antiguo hierro y
divisa familiar (verde botella y oro viejo) en la finca “Puertolaca”, de
Santisteban del Puerto (Jaén). Actualmente, esta ganadería está formada con
reses de Maribel Ybarra y “Torrealta”, de procedencia Marqués de Domecq. La
ganadería de Jaime Brujó se ha derivado de esto último y no queda nada en
ninguna de ellas, por consiguiente, de los jijones colmenareños de
Martínez. 3. Rama de Montalvo. La parte de Pedro Fernández Martínez, el
penúltimo de los hermanos de don Julián, fue vendida en 1925 a doña María Mateo
Montalvo, esposa (y prima carnal) de don Antonio Pérez-Tabernero Sanchón. Éste
se había separado de sus hermanos años antes y fundado una ganadería propia con
reses del portugués Luis da Gama en su finca “San Fernando”, en la salmantina
Robliza de Cojos (la de los famosos AP). Su esposa trasladó las reses
colmenareñas a las tierras salmantinas de Villar de los Álamos, adoptando un
nuevo hierro en forma de dos círculos concéntricos y una divisa azul y amarilla.
Y así tomó antigüedad el hierro de doña María Matea Montalvo en una corrida de
toros el 6 de octubre de 1926. Tuvo esta vacada toros excelentes, como por
ejemplo Presidente y Payaso, lidiados en Vitoria el 3 de agosto de 1926; dos
hijos de la vaca Desdentada, ambos de nombre Desdentado, que se jugaron en
Madrid el 22 de junio de 1930 y el 7 de mayo de 1933 respectivamente; Moreno,
berrendo en negro, lidiado en Almería el 22 de agosto de 1930; o Cobrizo,
corrido el 1 de abril de 1934 en Zaragoza y que mató el maestro toledano de
Borox Domingo Ortega, alcanzando un gran éxito. En todo ellos se manifestaba la
calidad de sus antepasados, de origen Martínez. El 24 de junio de 1942
falleció en Salamanca doña María, pasando la ganadería a su esposo e hijos
(Amelia, Mercedes, Antonio y Juan Mari), pasando a lidiarse a nombre de “Señores
Herederos de doña María Montalvo”. Y así se jugaron cuatro toros en la
Monumental de Las Ventas, por vez primera, el 15 de mayo de 1943 en la corrida
de la Beneficencia. El madrileño del pueblo de Fuencarral José Roger y Martín
“Valencia III”, confirmó la alternativa con el primero de Montalvo, Sanluqueño,
negro zaíno y número 53. Otros toros históricos de esta ganadería fueron los
siguientes: Bordador y Murciano, lidiados en Madrid el 27 de septiembre de 1942,
cortando el malogrado califa cordobés Manuel Rodríguez “Manolete” las dos orejas
al segundo de ellos; el famoso Pies de Plata, de capa jijona, lidiado
magistralmente, en la Maestranza Sevillana, el 19 de abril de 1944, por Luis
Gómez Calleja “El Estudiante” ante sus compañeros “Manolete” y Pepe Luis
Vázquez; Húmero, lidiado el 14 de mayo de 1944 en Barcelona; dos toros de nombre
Candil, jugados en Madrid los años 1952 y 1953 y Desnudo, lidiado en Las Ventas
de Madrid el 25 de abril de 1954. En 1966 fallece el patriarca don Antonio
(el señor de San Fernando), dividiéndose la vacada de Montalvo entre los
hermanos Pérez-Tabernero Montalvo. El hermano mayor, Antonio, se queda con los
AP y con la parte de su madre crea una vacada que pone a nombre de su hijo
Antonio Pérez-Tabernero Angoso, lidiando desde entonces como Antonio
Pérez-Angoso y le añade algunas reses más de AP. Aquí pueden quedar restos
genéticos de los antiguos Martínez pero muy mezclados. La hermana mayor, doña
Amelia, es la única que hoy en día no sigue con la tradición ganadera familiar
en las tierras de Salamanca, aunque sería la precursora, tras varios cambios de
propietarios, hierro y encaste de los actuales juampedros de “El Ventorrillo”,
que pastan en Los Yébenes (Toledo). Por supuesto, nada de los Martínez desde
Amelia. El hierro de Montalvo pasó al hermano menor, Juan Mari
Pérez-Tabernero Montalvo. Éste, además, creó otro hierro a nombre de “Sierra
Grande”, con parte del mismo ganado procedente de su madre, hasta que lo vendió
a su cuñado, Guillermo Marín, como se verá a continuación. En esos años esta
vacada fue una de las favoritas de las figuras, con Manuel Benítez “El Cordobés”
a la cabeza. Por esta razón, principalmente, comenzó a degenerar, sobre todo en
pérdida de casta. Por ello, a partir de los años 70 se comenzó a cruzar lo del
hierro de Montalvo con ganado de Juan Pedro Domecq y en 1984 pasó don Juan Mari
la titularidad a su hijo don Juan Ignacio Pérez-Tabernero Sánchez, quien la
aumentó con reses compradas a Daniel Ruiz y de Zalduendo, de origen Jandilla y
Juan Pedro. Se anuncia actualmente que el hierro de Montalvo lleva lo antiguo de
Martínez por separado de lo nuevo, por lo que aquí, con las lógicas reservas,
podríamos decir que pueden quedar aún restos colmenareños en una parte de esta
vacada salmantina, que pasta hoy principalmente en las fincas “Linejo” (Matilla
de los Caños), “Continos” (San Pedro de Rozados) y “Calzadilla de Mendigos”
(Membribe de la Sierra). Por último, doña Mercedes Pérez-Tabernero Montalvo,
casada con don Guillermo Marín, juntó la parte que heredó de sus padres y le
añadió lo de “Sierra Grande”, al comprar ésta última su marido, pero lidiando a
nombre de doña Mercedes. Se eliminó luego lo de origen Martínez, dejando solo lo
de AP y añadiendo en 1982 dos sementales de Jandilla. Nada queda aquí, por
tanto, de la raíz colmenareña.
Ramas y derivaciones salmantinas de Don Pedro de la Morena González
"El Cura de la Morena".
D. Miguel de la Morena, modesto criador colmenareño, comenzó allá por los
años 40 del siglo XIX, a apartar las reses más conflictivas en las labores
agrícolas y a comprar, a los amigos ganaderos de los alrededores, reses de casta
brava, llegando a constituir una vacada modesta pero digna y paulatinamente
creciente, a la que comenzó a probar en festejos locales con muy buenos
resultados. Fallecido don Miguel hereda la vacada su único hijo don Pedro de
la Morena González, presbítero, que será popularmente conocido como “El Cura de
la Morena”. Con los mismos hierro y divisa encarnada dorada y blanca de su padre
se presenta en Madrid con tres toros el 31 de octubre de 1866, tomando
antigüedad. Los toros del cura, al ser de orígenes parecidos a los de sus
coetáneos y vecinos, eran de características morfológicas similares, abundando
los pelos colorados, retintos y castaños, algo más bastos y altos de agujas,
zancudos, aunque bien armados en sus defensas, pero sin destacar excesivamente
en su componente de bravura, por lo que se venían reservones, tanto en
banderillas como en el último tercio. Y aunque nunca llegaran a fracasar
completamente, tampoco llegarían a proporcionar grandes éxitos. Por estas
razones, en general, los toros de don Pedro de la Morena no tuvieron excesivos
triunfos en los cosos, especialmente por la gran competencia que tuvieron que
soportar, sobre todo por la comparación inevitable que los públicos hacían con
los de los otros hierros colmenareños, y que estaban a la altura de los más
afamados de entonces. De esta manera, don Pedro comprendió que aquello ni era un
buen negocio, ni podría alcanzar más altas cotas, ni le compensaba los
sinsabores de la crianza de reses de lidia, y así, después de lidiar el 25 de
septiembre de 1881 los dos últimos astados de su ganadería en Madrid, decidió
vender la mayor parte de su vacada al salmantino Amador García.
a) Amador García: traslado de los toros del cura a
Salamanca. Cuatro años después de la despedida en Madrid, en 1885,
la mayor parte de la vacada del cura es vendida a don Amador García, vecino de
Tejadillo (Salamanca), quien se la lleva a las dehesas charras, cambiando la
divisa a verde y grana, aún a costa de perder la antigüedad. También, al
parecer, empezó a herrar las hembras que le nacían con un hierro en forma de G,
para distinguirlas de las del cura. Era amigo personal de Salvador Sánchez
"Frascuelo", quien le aconsejó mejorar la vacada mediante cruces, primero con un
semental de Vicente Martínez y luego con otro de Miura. Del primero de ellos no
quedó satisfecho pues aunque tentó varios becerros colorados y berrendos
magníficos (que llegarían a matar varios caballos en el tentadero) y que le
darían al principio resultados esperanzadores, el día del estreno, una corrida
de toros en la plaza vieja de Salamanca, el 13 de septiembre de 1890, fue un
desastre, llegando a foguearle hasta cinco ejemplares, con lo que desechó el de
Martínez. Sin embargo, el cruce con Miura sí que le comenzaría a dar buenos
resultados, lidiando varios años en la feria local desde 1902 y así Joselito "El
Gallo" se presentaría en 1910 en la nueva plaza salmantina de La Glorieta con
unos buenos novillos de don Amador. Hasta 1916 se estuvieron corriendo toros de
don Amador en la feria de Salamanca. No se estrenó en Madrid a su nombre hasta
el 7 de enero de 1917, fecha ésta que se considera de su antigüedad.
b) Manuel Arranz: sus herederos. A la muerte de don
Amador, conservan la vacada sus herederos, lidiando a su nombre hasta el 25 de
septiembre de 1925, en que la enajenan a su vecino don Manuel Arranz Sánchez.
Este hombre, modesto, no tenía tradición familiar ganadera, ni era acaudalado,
ni poseía tierras propias (todas las tuvo que arrendar, como los casos de las
denominadas "Andrés Bueno" en Calvarrasa de Abajo, "Campocerrado" en Martín de
Yeltes y "Prado de San Pedro") pero, buen aficionado y contagiado por el
ambiente vecinal que le rodeaba en esa época, compró esta vacada para poder
hacerse con el hierro e ingresar así en la UCTL, eliminando a continuación todas
las hembras recién adquiridas, que fueron directamente al matadero pues, al
parecer, no le gustaban mucho. Rehizo su ganadería comprando dos camadas de
vacas y un toro del hierro de doña María Montalvo y reses de origen jijón de los
herederos del colmenareño Vicente Martínez. A estas hembras les echó el semental
Abejorro, del conde de la Corte, intentando seguir la línea ibarreña del Diano,
que tanto éxito dio en Colmenar, como ya se ha dicho anteriormente. Sin embargo,
este cruce no le satisfizo del todo por lo que le compró a don Graciliano
Pérez-Tabernero el semental Filibustero, que fue el toro que realmente fijó su
nueva ganadería, con la ayuda de dos hijos de éste, Ricopelo y Regato, también
como sementales. Posteriormente, para suavizar el genio, añadiría los machos
Encendedor y Desgraciado, de Antonio Pérez, con lo que su nueva ganadería
comenzó a cosechar grandes éxitos, así como los toreros que la mataban. Se
habían lidiado por vez primera en Madrid a su nombre 5 novillos (más otro de la
viuda de Soler) el 2 de septiembre de 1928, aunque no tomaría oficialmente
antigüedad hasta un año después, el 27 de agosto de 1929, ya en corrida de
toros, con un hierro muy parecido al del cura y la divisa verde y grana de don
Amador. Sus productos eran de armónica presencia, bajos de agujas pero con
gran temperamento y bravura, no sólo en el caballo sino también en los tercios
posteriores. Y los pelos predominantes eran los negros, aunque a veces salía
alguno berrendo y aparejado, debido a la procedencia Martínez de algunas viejas
vacas. Hubo muchos toros bandera de Arranz en los años treinta y siguientes,
como es el caso del novillo Perdiguero, lidiado en Salamanca el 29 de junio de
1932, al que se dio la vuelta en el arrastre, y muchos otros más. Hasta que
llegó un 13 de septiembre de 1957, donde sus toros triunfan en La Glorieta y fue
el fracaso más sonoro de los nuevos fenómenos del momento, Aparicio y Litri,
minimizados ambos ante tal torrente de embestidas. Y lo que son las modas, los
toreros comenzaron a hacerles ascos a su bravura y casta, con lo que don Manuel
se tuvo que plegar a los deseos de las figuras, seleccionando a la baja,
especialmente en sus defensas, que se iban haciendo cada vez más recogidas,
reducidas, acapachadas y cubetas. De esta forma su vacada, aunque manteniendo
ciertos criterios de casta y bravura, para mantener el respeto de la afición,
fue haciéndose cada vez más comercial, criando corridas importantes para
modestos y otras más flojitas para figuras. Y así, en los años sesenta, Manuel
Benítez "El Cordobés" sería uno de sus asiduos matadores, yendo la ganadería
cada vez a menos hasta la muerte de don Manuel Arranz, ocurrida en 1967,
lidiando posteriormente a nombre de sus herederos, aunque su hijo mayor Manolo
sería el que dirigiese la vacada hasta su venta en 1977. Como resumen a todo
lo explicado, es obligado subrayar que casi todos los tratadistas e
historiadores han llegado a considerar los toros de Arranz, en sus diferentes
ramas, variantes y comportamientos, como un encaste propio, obtenido como una
extraña mezcla de iniciales vestigios jijones con diferentes tipos
vistahermoseños, que abarcaría tipos tan dispares que irían desde gracilianos y
condesos hasta apes.
c) Ramón Sánchez: los toros de Arranz acaban al fin en
Córdoba. En 1977 la ganadería de los herederos de Arranz es vendida,
con derechos de hierro, antigüedad y divisa, al cordobés don Ramón Sánchez
Recio, que empezó así en solitario su andadura ganadera y que sigue manteniendo
las variadas características del encaste Arranz, antes mencionadas, hasta
nuestros días, en las fincas cordobesas familiares, como veremos a continuación.
Pero hablemos ahora de su padre. Don Ramón Sánchez Rodríguez, salmantino y
amigo de Manuel Arranz, aunque avecindado luego en Sevilla y posteriormente en
Córdoba, había comenzado como tratante de ganado de todo tipo, más tarde
promotor inmobiliario, constructor y con otros muchos negocios, alcanzando
siempre gran éxito y excelentes rendimientos. Había comenzado en 1961 su
historia de criador de reses bravas al adquirir uno de los lotes de partición de
la antigua ganadería del marqués de Villamarta. En enero de 1962, don Ramón
aumenta su vacada con un lote de hembras de Clemente Tassara y cambia de hierro,
el mismo que ostenta actualmente, con la misma divisa de Villamarta (que era
verde botella y oro viejo) pero nombrada al revés (oro viejo y verde botella).
Se casó con doña Marina Recio y en 1963 adquirió lo que quedaba de la antigua
ganadería de don Alfonso de Olivares y Bruguera, vecino de la cordobesa
Villarrubia (formada con reses de la de Juan Belmonte) con todos sus derechos de
hierro y divisa, poniéndola a nombre de su esposa y anunciándola como "Sierra
Morena", aunque esta vacada sería vendida a una sociedad en 1967, siendo
anunciada como "El Membrillar". Don Ramón Sánchez Rodríguez siguió
aumentando su vacada y así, en 1964, adquiere a Manuel Arranz un lote de vacas y
dos sementales, repitiendo la operación en 1968 (con mención especial esta vez
al magnífico semental de nombre Agareno), eliminando poco a poco todo lo que no
era de Arranz, llegando a poseer una amplia vacada, con gran cantidad de
sementales, y marcando siempre los machos con números impares. Tomó
antigüedad en Madrid el 22 de mayo de 1981, en la feria de San Isidro, con
Antonio Chenel "Antoñete", Pedro Moya "Niño de la Capea" y Julio Robles en el
cartel y al que éste último cortó una oreja del tercero, que había sido
condenado a banderillas negras. Mientras Arranz vivió, estuvo junto a su
amigo Ramón, asesorándole incluso en los tentaderos y haciéndole partícipe de
sus triunfos y amistades. Pero, en los años ochenta, los toros "arranz" de Ramón
Sánchez empiezan a acusar una falta de fuerzas tremenda y aunque con triunfos
puntuales, la invalidez generalizada hace que entren en decadencia, saliendo de
las grandes ferias y en esta situación está todavía, aunque sus días de gloria
quedan ya lejos. La finca familiar inicial de su ganadería fue la de "La
Alamiriya", en el término cordobés de Villarrubia, donde comenzó a criar todo lo
salmantino adquirido de su amigo Arranz, aumentando luego con las dehesas
cercanas de "Fuenreal", "Villalobillos", "Pendolillas" y actualmente con
"Aljarilla" y "Las Laderas", mismos lugares que comparte también la ganadería de
su hijo don Ramón Sánchez Recio, formada, como hemos dicho, con reses de similar
encaste, por lo que éste marca los machos con números pares. Por último diremos
que, en 1997, el conocido apoderado taurino Juan Ruiz Palomares, al amparo del
artículo 5 bis b) de los estatutos de la UCTL, forma una ganadería con vacas y
sementales de don Ramón Sánchez Rodríguez, Ramón Sánchez Recio, "Las Ramblas" y
de su poderdante, el torero Enrique Ponce, a la que pone el nombre de "Ruipal"
(con nuevo hierro y divisa) que todavía sigue siendo aspirante a la Unión.
Permanece aquí todavía presente, por tanto, el encaste Arranz, aunque
conviviendo ya con el de Juan Pedro Domecq.
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