El toro de Miura pasa por ser el más terrorífico de toda la historia del
toreo, aún ahora que ha modificado su comportamiento en relación con el que
exhibía a finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX.
Todavía en la actualidad y a pesar de los cambios introducidos en su
selección, los "miuras" siguen manteniéndose fieles a su historia y
comportándose con frecuencia en el ruedo de forma distinta a la de los restantes
toros.
De salida suelen mostrarse abantos, tardan en fijarse en los engaños y les
puede faltar un poco de entrega en general. En el tercio de varas caben todas
las posibilidades, que van desde la bravura ejemplar, galopando y recargando,
creciéndose al castigo y propiciando un magnífico espectáculo, hasta la
mansedumbre declarada, huyendo al sentir el hierro y presentando dificultades a
los lidiadores hasta para ponerlos en suerte.
A partir del primer tercio el ejemplar puede cambiar considerablemente. Hay
veces que los que han manseado o simplemente han cumplido ~n varas empiezan a
ahormarse y mejorar paulatinamente, y otras en las que declaradamente van a
peor. Incluso los buenos crean complicaciones a los banderilleros en los
últimos pares, arrebatándoles con facilidad los palos en el momento del
embroque, gracias a su elevada alzada y a su agilidad de cuello, o se frenan e
incluso cortan el viaje y corrigen la trayectoria en la misma arrancada.
El segundo tercio es una excelente piedra de toque para saber por donde puede
decantarse el toro en la faena de muleta y por eso es conveniente analizar
cuidadosamente sus reacciones. Cuando galopan con franquía es posible que acaben
entregándose en la muleta, dando salida a su nobleza. Por el contrario aquellos
otros que ya plantearon dificultades en el capote y que cada vez piensan más lo
que van a hacer a continuación, desparraman la vista y se enteran de todo lo que
sucede a su alrededor, pueden ser muy complicados para el diestro.
A la faena de muleta llegan muchos "miuras" sin definirse y por ello su juego
dependerá en gran medida de la facultad lidiadora de cada matador, que debe ser
capaz de someterlos sin dejar que se desengañen, para sacarles el máximo partido
posible en muy pocos muletazos porque, salvo excepciones, suelen tener poca
duración en el último tercio y aprenden rápidamente.
Por el contrario, aquellos que son bravos y que embisten con mayor entrega a
la muleta, repiten las embestidas, tienen fijeza y posibilitan triunfos
importantes, pero eso sí, necesitan siempre de toreros con depurada técnica y
mucha decisión para desarrollar sus buenas cualidades, ya que son toros que no
permiten equivocaciones.
Siempre es necesario perderles pasos, cruzarse mucho al pitón contrario y
tener la serenidad suficiente para esperarlos hasta que meten la cara en la
muleta. Una vez ahí el diestro debe hacer gala de su temple, llevando el engaño
muy cerca de los pitones, sin dejar que la enganchen para que no se descomponga
la embestida y empiecen a puntear o a defenderse. Igualmente deben tener
especial cuidado de no dar "adelantones" con la muleta, ya que si existe
demasiada distancia entre esta y los pitones, el astado puede ver al torero y
desarrollar sentido con rapidez. Nunca debe olvidarse que se trata de toros muy
cambiantes y, dada su facilidad para aprender, generalmente los cambios suelen
ser a peor, por muy buenos que hayan sido antes.
Los restantes, aquellos que evidencian peligro durante toda su lidia, solo
permiten una faena a la defensiva. El hecho de que sean animales rápidos y
ágiles de movimientos, pese a su gran tamaño y peso elevado, les permite cazar
al torero si éste se descuida, duda, o no acierta a darles la lidia que
precisan. En estos casos, los especialistas recomiendan llevarlos muy tapados en
la muleta y no dejarles pensar. Buscarles la igualada e intentar acertar con el
acero a la primera porque en caso contrario se ponen mucho más difíciles aún,
levantando la cabeza y cerrando el paso al diestro. La única ventaja de estos
"miuras" es que no equivocan, su peligro es evidente y por eso el aficionado no
exige al torero lo que no se puede hacer.
Mansos o bravos, difíciles o manejables y hasta de excelente nobleza, el
aficionado sabe aceptar la variedad típica de la ganadería y sus múltiples
peculiaridades incluso cuando imperan los aspectos negativos. Los únicos
defectos que no admiten nunca en el ganado "miureño" son las deficiencias en la
presentación de las reses y la flojedad que han podido manifestar en algunas
ocasiones. Estos son sus factores negativos, los únicos que pueden dañar su
consolidado prestigio y poner en peligro la leyenda viva que constituyen.
En el campo, los "miuras" son ejemplares de manejo complicado, agresivo y muy
propenso a las peleas, que se saldan con numerosas bajas conforme llegan a la
edad adulta. Los toros de saca precisan de grandes extensiones de terreno en las
que se desenvuelven en solitario o formando pequeños grupos.
Por el contrario sus hermanos menores se muestran mucho más gregarios y
sociales, aunque esta tendencia va disminuyendo con la edad. Cuando son añojos,
prácticamente forman un único grupo. De erales se empiezan a dividir en varios,
que se fragmentan en otros cuando llegan a utreros, y ya de cuatreños son cada
vez más individualistas y se hermanan muy poco con los demás toros.
Solo un perfecto conocimiento de sus reacciones y querencias posibilita el
manejo, aunque este nunca es fácil, como tampoco lo fue nunca en esta ganadería
con anterioridad.
Al igual que los machos, las vacas de Miura son extraordinariamente rústicas
y muy adaptadas al terreno donde se desenvuelven. Uno de los rasgos más
llamativos de su comportamiento en el campo es su gran curiosidad por todo lo
que les resulta nuevo en el entorno. Así, les gusta aproximarse para observar
los vehículos o cualquier otro objeto ajeno a su hábitat natural.
También tienen muy desarrollado su instinto maternal y mientras pastan están
en todo momento pendientes del lugar donde tienen encamada su cría y se separan
poco de allí. Este comportamiento se evidencia principalmente durante las
primeras semanas de vida de los terneros, que gozan de mayor autonomía durante
los meses siguientes, aunque sus madres nunca les pierden de vista mucho
tiempo.
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